- ¿Qué quieres decir? –pregunté, acomodándome en la cama.
- Lo que tú piensas. He estado en un psicólogo, mejor dicho,
en dos.
Él me miró, esperando una reacción pero yo no supe que hacer
ni decir. Una enfermera vino, interrumpiendo nuestra mirada, me quita la aguja
del suero pero me deja la vía y la bolsa allí, me dije que si tengo problemas
que la avise, se va y vuelvo a mirar a Justin. Sus ojos, mientras me miraban,
se llenaban de nuevo de lágrimas, él apartó la mirada.
- ¿Por qué?- pregunté.
- Hay más de un motivo.
Justin se acomodó en el sillón, apoyó sus codos sobre sus
rodillas y su cabeza sobre las palmas de sus manos y sin mirarme, habló.
- Yo era muy joven cuando mis padres se separaron era apenas
un niño, tenía 4 ó 5 años. Toda mi infancia se podía resumir en pelea de mis
padres. Él jamás me tocó a mí, pero si a mi madre. Cuando venía borracho a casa
mi madre me encerraba con llave en una habitación y se enfrentaba a solas con él.
Yo me quedaba pegado a la puerta oyendo gritos y sintiendo impotencia, aunque
en aquellos entonces no sabía lo que sentía… solo sabía que quería abrir la
puerta y salir a ayudar a mi madre. Me recuerdo llorando y pegando porrazos a
la puerta, acaba con los nudillos ensangrentados y morados. Mi madre a la hora
venía a la habitación, abría la puerta me curaba las heridas y dormía conmigo…
Siempre tenía una herida o un moratón.
Justin me miró por un segundo y se llevó la mano a sus ojos
para quitarse las lágrimas y después miró al suelo. Yo simplemente lo miraba,
no quería creer que una persona como él lo había pasado mal.
- El único momento de paz era cuando íbamos a visitar a los
abuelos, pero mi madre me prohibió contarle nada al abuelo ni a la abuela, me
dijo que ella lo solucionaría. Hasta que llegó un día en el que mi madre me
despertó por la noche, me miró a los ojos apartándose los mechones que tenía
sobre sus ojos, me besó la frente y me sacó de la cama. Recogió todas mis cosas
y me dijo que fuera silencioso hacia el coche. Recuerdo que iba con el
chaquetón de puntillas por el salón hacia la puerta de entrada, cuando la abrí
corrí hacia el coche y mi madre salió segundos después. Cuando el coche empezó
a arrancar, mi padre salió de la casa con una botella en la mano, mi madre pisó
el pedal y el coche se alejó pero la botella logró estamparse contra el
maletero. Fuimos a un pequeño motel y allí estuvimos viviendo unos días.
Entonces un día fue mi madre a bañarme y notó que por mi costado derecho- dijo
mientras se tocaba el costado- tenía pequeñas marcas rojas y se asustó. Yo no
pude decirle nada porque ella creía que era una alergia pero no podía llevarme
al médico porque tenía miedo de que mi padre nos encontrara. Yo le dije que no era alergia, que me lo
hacía yo mismo. Lo hice para que se tranquilizara, pero no sirvió para nada,
empezó a llorar y escondió su cabeza en mis pequeñas piernas, mientras ella
lloraba yo le dije que me pegaba pequeños pellizcos porque si ella sufría yo
también. Ella me abrazó y me dijo que ya había acabado todo. A la mañana
siguiente dejamos el motel y fuimos a casa de mis abuelos, ellos nos recogieron
con los brazos abiertos y mientras yo jugaba en una habitación mi madre les
contó todo. Lo único que pude escuchar y que me acuerde, fue “Justin necesita
ayuda y yo no puedo pagarle un psicólogo”. Yo no sabía que era eso, hasta que
al día siguiente, mis abuelos me llevaron a la consulta y allí conocí a una
mujer. Me gustaba, yo podía hablar con la mujer y ella me daba piruletas. Deje
de hacerme daño desde el momento en el que llegué a casa de mis abuelos, el
único problema eran las noches… Pero se solucionó cuando una vez me dormí con
mi abuelo. Él fue mi padre, él me crio, él me dio las lecciones que un padre te
tiene que dar. Solo estuve unos 6 meses en el psicólogo, iba un día a la
semana. Luego mi época de niño fue buena, vivía con mi madre y mis abuelos, mi
madre encontró un buen trabajo y llegó a ser jefa del departamento… Un día me
dijo que mudarnos de casa, pero yo temía las noches lejos de mi abuelo.
Él sonrió de lado y volvió a apoyar la espalda en la
silla, me miró y yo seguía mirándole
como si estuviera en shock. Quería ir a acariciarle el costado derecho y
besarle los labios, pero creía que si me bajaba de la cama me marearía. Justin
iba a volver a hablar pero una mujer entró con la merienda.
- Hola chicos. ¿Cómo estas, Grace?- me preguntó.
Ella me sonaba de cuando estaba en la otra planta, era joven
pero no podía asociarla a ningún momento o nombre. Yo me encogí de hombros y
ella sonrió dejando la bandeja con la comida.
- Ahí hay una pastilla, es un relajante, tómatela después de
comer si no, te sentará mal.
- Vale.
La enfermera miró a Justin.
- ¿Vale?
- Si, tranquila- dijo él sonriendo.
Yo miré de reojo a la bandeja, podía sentir como Justin me
miraba… Pero la bandeja solo me producía ganas de llorar y de tirar la comida
por la ventana. Quité mis ojos de ella y miré a Justin. Él me producía ganas de
llorar, sí, pero también hacía que mi corazón latiese rápido y que mis mejillas
cogieran color. Llevaba más o menos tres días sin comer.
- Sigue- le dije.
- Mi madre accedió a quedarnos allí pero a cambio le pagaba
un pequeño alquiler a mi abuela que ella se gastaba en ropa para nosotros y
pequeños regalos. Cuando tuve 12 años, a mi abuelo le diagnosticaron una
enfermedad, jamás me dijeron mucho sobre ello… pero a mí me sorprendió porque
mi abuelo era una de las personas más sanas que había. Él me dijo que no pasaba
nada, que no se iba a rendir tan pronto, pasaron dos años y nos dejó. Me quedé
un mese sin hablar, sin comer, sin ir al colegio. Adelgacé 7 kilos, creo. No
tenía ganas de vivir. Con 14 años ya no quería ver lo que me preparaba el
futuro, porque si no estaba esa persona que me hacía levantarme con una sonrisa
cada día ya no tenía sentido para mí la vida. Yo volví a pellizcarme. Mi madre
volvió a llevarme al psicólogo, pero esta vez no me gustaba, el hombre que me
tocó me dijo que tenía que olvidar a mi abuelo porque ya no estaba con
nosotros… No me gustó ese hombre, pero mi madre no me quitaba porque le
preocupaba mi estado. Un día escuché que las cosas en el trabajo de mi madre
iban mal y que no iba a poder pagar el psicólogo y lo que mi abuela ganaba y lo
que le había dejado mi abuelo no daba para mucho… Decidí que era suficiente,
que no iba a seguir pensando en mí. A la siguiente consulta empecé a mentir, le
dije que me había dado cuenta de lo equivocado que estaba y que dejaría de
actuar así. Fui a cuatro consultas más y el hombre me dio el alta. Cuando llegué
a mi casa un día, me di cuenta que yo les hacía daño a mi familia con mi estado
de ánimo. Empecé a mentirles a ellas también, las sonrisas falsas aparecieron
en mi cara y todo empezó a ir mejor. No volví a contarle a mi madre como me
sentía e intentaba hacerle la vida más fácil, volví a comer a ir a la escuela,
me apunté al baloncesto. Mi adolescencia fue toda una mentira.
Yo lo miré, seria, había una pregunta que me comía la
cabeza.
- ¿Sigues si querer seguir viviendo?- pregunté.
- ¿Quieres la verdad?
- Por supuesto.
- Hay veces en los que no veo el sentido a seguir
respirando… Pero- Justin se levantó del sillón y se acercó a mí, acarició mi
mejilla suavemente- tú me diste una razón para sonreír de nuevo.
Agarré su mano y tiré de él para que se subiera a la cama, los
tumbamos, mi cara quedó cerca de la suya, cogí su mano y miré sus preciosos
alargados dedos
- ¿Crees que es verdad lo que dicen?- le pregunto.
- ¿Qué dicen?
- Que no nos queremos, que simplemente nos
complementamos…Que yo produzco dolor y a ti no te importa sentirlo.
Justin apoyó su frente contra la mía.
- Si eso no es amor, dime tú que es.
- Pero tú eres él único que ama.
- No lo creo- él agarró mi mano y la besó-. Tú me quieres
Grace, yo sé que me quieres… Tú quizás no lo sabes pero yo sé que me quieres y
mucho.
Acerqué nuestras manos a mis labios y bese su mano, estaban
calientes y su calor era lo único que me reconfortaba. Por primera vez, estaba
cansada de identificar cada cosa que sentía… si lo quería, pues perfecto y si
no… pronto acabaría esta mentira. Lo miré a los ojos, él me estaba mirando y
supe que era verdad lo que decían, que los ojos son la puerta del alma y sus
ojos me decían que me iba a echar de menos.
- ¿Por qué yo?- pregunté- ¿Por qué me hablaste ese día por
twitter?
Él sonrió, al parecer recordar el principio de todo esto le
hizo feliz por unos segundos.
- Sabía que había cuentas en twitter de gente con problemas,
gente que utilizaba esas cuentas como un diario buscando a alguien para no
sentirse solo. Jamás seguí a una cuenta de esas, hasta que una tarde encontré
la tuya, fue hace tiempo hace mucho… Leí unos cuantos tweet, no muchos, pero me
sacaron una sonrisa, uno decía algo como “Si sabía que me iba a perder me
podría haber perdido yendo detrás de un conejo” y luego le seguía uno que decía
“Todo los derechos al escritor de Alicia en el País de las Maravillas” me hizo
gracia y sonreía, y ese día te juro que lo necesitaba.
Lo volví a mirar y estaba sonriendo, su mirada estaba
perdida en la nada algo poco común en él… Justin siempre permanecía en el
presente, pero ahora el futuro comparado con el hoy fue nuestra edad de oro.
- Te seguí al instante y los siguientes días mi twitter se
llenó de tweets tuyos, esa época fue mala para ti y estuviste un tiempo sin
conectarte… No sabes la fuerza de voluntad que tuve para no hablarte. Hasta que
llegó ese día, un viernes… lo cuerdo como si fuera ayer… Hiciste los ¿20 cosas
sobre mi?
Yo asentí con la cabeza, era increíble que se acordara aún.
- Entonces no pude aguantar más, te hable, fue algo tan estúpido
como “sigue” y tú me confundiste con una chica y tú inocencia me encantó, tanto
que cada segundo que no me contestaba me ponía de los nervios y cuando me
contestabas, aunque fuera con un comentario borde, sonreía. Cada tweet era una
señal que seguías ahí y con eso, en ese momento, me bastaba. Puede sonar
acosador, pero desde el momento en el que vi tu tweet de Alicia, pensé “Da
igual si es un barco a la deriva, yo me quiero subir en él. Sé que hay un gran
iceberg que ahora solo se ve la punta, pero me da igual si acabamos como en el
Titani, que ella viva y yo muera… Solo me importa sacarle una sonrisa… hasta en
el último momento” Entonces decidí arriesgarlo todo aunque me quedase sin nada,
hasta que no apareciste tú mi vida no tenía mucho sentido. Tú le diste la luz
que necesitaba, esa chispa que encendió mi llama.
Doblé mi cabeza y sentí las lágrimas frías bajar sobre mi
mejilla, Justin apretó la mano que todavía nos unía.
- Que sepas que todavía estoy aquí, escritora, y que te
apoyaré en cualquier decisión dando igual lo descabellada que sea. Pero no me
puedes obligar a que te deje ir sin luchar, sin llorar, sin dar lo mejor de mí.
- ¿Sabes que es lo mejor de mí?- le pregunté, girando mi
cabeza hacia él.
- Todo en ti es bueno.
Negué con mi cabeza.
- Desde el día en que nos conocimos, tú te convertiste en mi
mejor parte y no quiero que te vayas.
- Hasta el último respiro seguiré siendo tu diario. Yo solo
esperaba que ese momento no llegara tan pronto.
- Las escritoras pocas veces tiene más de un best seller, y tú
has sido el mío.
Justin se apoyó en su brazo y acercó su cara a la mía, sentí
sus labios dulces contra los míos. Fue un beso lento que me hubiera gusta que
durara para siempre, pero por desgracia todo lo bueno acaba dejándote un sabor
dulce en la boca por unos segundos. Justin mantuvo la mano sobre mi barbilla
por unos segundos, me miró, como si memorizara cada parte de mi rostro. Se bajó
sobre la cama mientras suspiraba.
- Tienes que tomarte la pastilla- dijo Justin mientras
miraba la pastilla que la enfermera había dejado junto a la merienda-. Pero
come algo antes, si no te sentará mal
- No quiero comer.
- Grace…
- No me insistas por favor- dije mirando mis manos como
empezaban a temblar, solo quería pasar mis últimos días feliz, sin peleas.
Justin me miró, era difícil mirar a esos ojos y negarme,
pero sabía como me sentiría si probaba bocado, aunque mi estómago rugía un
poco… Negué con la cabeza.
“No tienes hambre” me dije a mi misma.
“La verdad es que si tienes, foca”
Cerré los ojos y apreté mis puños.
“¿Por qué no me dejas?”
“No me iré hasta que te mueras”
“Eso será pronto” dije mientras relajaba mis manos.
“Eso espero”
Abrí los ojos y Justin me miraba atento, asustado, preparado
para levantarse y hacer lo que le pidiese.
- Me tomaré la pastilla- le dije. Quizás así la voz se
callaría, siempre aparecía cuando me relajaba.
- Pero te sentirás mal.
- Estoy acostumbrada a tomar relajantes sin comer.
Justin echó agua en un vaso de plástico y me lo trajo junto
a la pastilla. Sus manos, que solían ser firmes, temblaban un poco. Cogí la
pastilla y pegué un buche al vaso de agua. Creo que pude sentir como el agua
chocaba en mi estómago vacío.
- ¿Y cómo empezó? – dijo Justin mirándome.
- ¿El qué?
- Todo esto.
Me quedé mirando a algo detrás de él, no miraba a nada
exactamente, solo intentaba recordar el principio.
- No recuerdo el día en el que me puse delante del espejo y
ya no lograba ver algo bello en mí. Creo que sucedió poco a poco, día a día la
cosa se iba poniendo peor. Siempre fui la más rellenita del grupo, la amiga
fea… Un día me harté y decidí no comer ese día. Lo demás fue una sucesión de
decisiones, al no comer me dolía el estómago e intentaba evitar ese dolor
pensando en otras cosas. Un día me fui a dar una vuelta fuera de mi casa cuando
conocí a un grupo de chicos/as. Ellos me invitaron a que fuera a beber con
ellos, allí me di cuenta que el alcohol era un buen sustito para la comida y
que fumar hacía que me olvidara de todo. Yo era una niña inocente y allí
aprendí todo. Las chicas me enseñaron a vomitar y que no se me notara en las
uñas ni en ningún lado, me enseñaron a hacer creer a la gente que comía, me
dijeron que me hiciera coletas, porque así se me notaría menos que se me caía
más el pelo por la falta de vitaminas y miles de cosas más. Lo peor fue cuando
mi madre empezó a decir que había bajado mis notas, que los profesores la
llamaban porque no ponía atención en clases y… ¿qué quieres que te diga? Hasta
que no supe controlarlo no podía pensar en otra cosa que no fuera “tengo hambre
pero no tengo que comer”. Un día llegué a casa y mis padres estaban
discutiendo, cada uno echaba la culpa al otro y la única culpable era yo, pero
en aquel momento el mundo entero me parecía el culpable. Fui a mi cuarto
llorando y saqué un regalo que me hicieron las chicas del grupo ese, era una
cuchilla afilada. Y desde ahí, cada vez que sostenía la cuchilla era como una
dosis de morfina, me relajaba y podía tener el control. Hasta que un día, perdí
el…- me llevé la mano a la boca.
Estaba sintiendo unas nauseas de golpe, miré a Justin con
los ojos abiertos como plato y él busco rápidamente algún recipiente. Justin
corrió hasta una parte de la habitación y me trajo el cubo de la basura, que
era redondo y plateado. Pero cuando fui a apartar mi mano para coger el tubo
pero no me dio tiempo, una arcada vino y empecé a vomitar. Agarré el cubo y
expulsé un poco de vomito allí. Justin apartó los mechones de mi cabello que
estaba por mi cara mientras que yo abrazaba el cubo porque otra arcada se
avecinaba.
- Tranquila cielo- dijo Justin acariciando mi cabeza.
Yo le miré por encima del cubo, pero tuve que desviar la
mirada porque volví a vomitar, esta vez terminé en tos, mi garganta me ardía.
De repente sentí como se abría la puerta y más de una persona entraba.
- ¿Qué ha pasado?- dijo una voz masculina.
- No… no sé- dijo Justin.
- ¿Se lo ha provocado?- preguntó el mismo hombre mientras
unas enfermeras me quitaban el cubo y me tocaban la frente.
- No, no. Se tomó una pastilla que le habían traído,
empezamos a hablar y de repente le han venido las nausea.
- ¿Ha comido?
- No- dijo Justin seco.
Me gustaría decirle algo a Justin, que no se preocupara,
pero las enfermeras me bajan de la cama.
- Vamos a que cambien las sabanas. ¿Podrás ducharte por ti
misma?- me pregunta una de ellas.
Yo afirmo con la cabeza, me sacan casi a rastras de mi
habitación, miro atrás para ver como Justin me miraba mordiendo su labio
inferior nervioso. Volveré, me hubiera gustado decirle, pero no me sale la voz.
Me llevan a un baño en el que hay un pato de ducha pequeño, no hay espejo. Me
ducho con cuidado, no tengo fuerzas ni para levantar la mano pero puedo sentir
el olor a vomito en mi cuerpo. Así que me froto, intentando que salga toda la
suciedad de mi cuerpo. Luego salgo, me encuentro que tengo un nuevo pijama
sobre un mueble, me lo pongo y al salir me encuentro con que solo hay una
enfermera apoyada a la pared. Con el pelo mojado vuelvo a mi cuarto, allí me
esperan mis padres, mi padre nada más verme me da un chicle de menta, le
sonrío. Tengo que admitir que me desilusioné al no ver a Justin, pero no veía a
mis padres desde la mañana. Me siento sobre mis sabanas nuevas, tengo mucho
frío y las sabanas tiesas no me lo quitan. Hablo con mis padres hasta que mi
madre rompe en lágrimas y mi padre se despide llevándosela. Justin vuelve a
aparecer, con la mano en los bolsillos y con cara de recién despierto. Nada que
ve mi cara, se da media vuelta y a los minutos vuelve con un secador.
- Tendrás frío- me dijo mientras enchufaba el secador.
- Un poco- admito.
Él sonríe de lado y empieza a secarme el cabello con
delicadeza, podría acostumbrarme a esta clase de cuidados. Al terminar, deja el
secador allí y me acaricia la frente y baja hasta mi cuello, me acerca a él
para darle un pequeño beso.
- ¿Cómo estás?- me pregunta.
- Mejor- le debería de haber dicho que ahora, con él aquí,
estoy mejor.
- Nos quedamos en mitad de una conversación- me recuerda,
sentándose sobre el sillón y echándose una fina manta sobre él, pero ni él esta
cómodo allí ni yo aquí.
Lo miró y me muevo hacia atrás disfrutando que no tengo el
suero puesto y doy unos golpes en el lado que hay libre de la cama, él sonríe y
viene sin dudarlo.
- ¿Dónde me quedé?
- En cuando un día se te fue de las manos.
Apoyo mi cabeza sobre su pecho.
- Si, mi madre me pilló en un intento de suicidio y me llevó
al médico y de allí al manicomio. Estuve el verano entero, pero no fue como
esta vez, yo en vez de ir a mejor… empeoraba. Hice lo mismo que tú, mentí, dije
que mejoraba y un día me soltaron. Entre al instituto, hablamos y ahora estamos
aquí… He tenido mis épocas buenas y otras pésimas, supongo que una no sale
nunca de esta vida.
- Tú puedes hacer lo que quieras con tu vida, que para algo
es tuya.
- Quiero terminar con ella, esa es mi decisión. No me voy a
producir más daño, pero sé que el final está cerca. Lo sé como los osos saben
que el invierno se acerca y van a invernar.
No tiene sentido intentar remontar si tarde o temprano volveré al mismo
sitio.
Nadie dijo nada, pero yo tenía muchas cosas que decir.
- No quiero que estés aquí en mi último día.
- No te voy a dejar.
Negué con la cabeza.
- Quiero que tu último recuerdo mío sea con mi corazón
latiendo y mis ojos abiertos.
- Todavía no puedo asumir que te vayas a ir.
- ¿Sabes que es lo peor? Que yo lo asumí hace tiempo. Creo
que mueres mentalmente cuando tu vida no tiene más valor para ti y no sé si es
más doloroso morir mentalmente o físicamente… Físicamente es rápido, pero si
mueres mentalmente tienes que cargar con un cuerpo que ya no deseas hasta que
tu hora llega. ¿Me entiendes?
- No. No puedo entender que algo tan hermoso quiera acabar
con su vida.
- Toda vida tiene su fin.
Justin buscó mi mano y yo se la di encantada.
- Si pudieras volver al pasado, ¿qué cambiarias? ¿Te hubiera
gustado no conocerme?- me preguntó.
- Si pudiera ir al pasado y me dieran dos caminos, uno lleno
de felicidad pero en el que tú no estás, y el otro el que yo cogí… Haría lo
mismo que he hecho… simplemente porque lo único bueno que he hecho fue hablar
contigo y cometería los mismos errores una y otra vez si al final, tú eres
quien aparece para rescatarme.
- No te he podido rescatar, si no, no estarías aquí.
- Créeme cuando te digo que me has salvado más de una vez.
Tú voz fue mi vía de escape para un día malo.
Justin respiró profundamente, metió su mano caliente debajo
de mi camiseta y llegó hasta donde estaba el tatuaje.
- Hemos hecho tantas locuras…- susurré.
- Y las que nos quedarían por hacer.
Giré mi cabeza, cansada de ese tono suyo de reproche, pero
sé que demasiado era que ya no llorara. Le bese la mejilla.
- Tiene que prometerme que cuando yo no esté, tu mundo
seguirá.
- Mi mundo seguirá, pero más lento. No puedo prometerte que
estaré igual después que la segunda persona que me ha marcado la vida se vaya
junto a la primera.
- Solo… sonríe, ¿vale?
- Soy experto en eso.
Acaricié su mejilla, me dolía más la idea de dejarlo a él
solo que morirme… Le había perdido el miedo a la muerte más de una vez, cuando bailas
un vals continuo con la muerte sabes que en algún momento te tienes que dejar
llevar. Empecé a toser y Justin me ayudó a incorporarme sobre la cama. El vómito
me había dejado la garganta irritada, me habían advertido que vomitar te
producía daño en el esófago y en el propio estómago… Me pregunto si parte de
que comer me siente mal sea porque tengo algo mal dentro de mí. Miro a Justin
que me mira asustado, no sé porque me mira de esa manera hasta que noto algo
caliente sobre mi barbilla, llevo mi mano allí y al separarla veo sangre en mi
mano. Cierro mi boca y el sabor a metálico esta ahí. Cierro los ojos
fuertemente, tanto que duele y noto como mi boca se abre pero para soltar un
llanto doloroso. La tos me vuelve y se mezcla con el llanto, me llevo la mano a
la boca y cuando la aparto y abro los ojos, hay más sangre. Giro mi cabeza para
mirar a Justin y allí esta él con unos pañuelos en su mano. Los cojos y me
limpio la sangre de mis manos y de mis labios.
Justin se tumba de nuevo en la cama, con lágrimas sobre sus
mejillas, yo me acuesto casi encima de su cuerpo, llorando. Porque todo esto me
supera, porque me duele hasta respirar y solo quiero dormir.
- Te tengo una sorpresa para mañana- me susurra-. Tranquila,
estaré aquí contigo hasta que te duermas, y también cuando te despiertes…
Quizás tu plan es intentar que me aleje de ti, pero no lo vas a lograr, si tú
no quieres luchar por tu vida, yo lucharé por ella…Porque permiteme ser egoísta, pero no sé que haría con mi vida cuando tus ojos se cierren para siempre.
Logro sonreír un poco, pero solo unos segundos. Me dormí, pero cuando abrí mis ojos en la madrugada, Justin seguía ahí, me desperté porque escuché pequeños gemidos de un llanto débil, a Justin le temblaban los labios así que dejé que él me abrazara fuertemente, colocándose un poco sobre mi... Él sufría más por mi que yo. Él se preocupaba por mis propios sentimientos que yo misma.
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El final está tan cerca que solo quiero irme a mi cama y llorar porque no quiero acabar con esta historia... Quien sabe, quizás suba un maratón de dos capítulos. Espero que este capítulo no os haya subido porque para mi me ha sido muy tierno escribir sus historias y como se necesitan.. Bueno, que lo siento por no haber subido pero es que últimamente no tengo animo ni para escribir, pero leer que queréis que suba y demás (aunque al parecer no queréis leer el final) Estoy recibiendo muy buenos comentarios sobre la novela y eso me pone muy feliz, enserio.
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